Mira, hay aquí una ventana, nunca he resistido estar tan cerca de una y no asomarme. Se va deslizando lentamente un rostro de mujer y bajo un movimiento de pestañas aparecen unos enormes ojos, parece que despiertan dos soles oscuros y confusos, que no saben donde están. Sonríe al mirarme, luego hace gestos graciosos y no puedo más que sonreír yo también. Levanta su mano y la acerca lentamente hacia mí, pone su dedo índice sobre el vidrio y yo hago lo mismo inmediatamente después, siento el frío del contacto con la superficie, y puedo sentir la distancia que media entre ella y yo.
Comienza a hablar en voz baja, lentamente, diciendo que le gustan mis manos cuando crean, cuando hacen, aunque a veces ni siquiera crea en lo que hacen, y sin embargo se sumergen donde pueden, y acarician lo que atravesar no. Continúa hablando cada vez más rápido, que sus manos le sirven para encontrar certezas escondidas detrás de las figuras que solo puede ver; que cada vez que sale mira al cielo, lo cual ocasiona a menudo tropiezos con muchas cosas que no suelen estar tan arriba. Se ríe un poco de ella misma, dice que le gusta tanto como llorar, incluso llora luego de reír, sus ojos empiezan a verse profundos y húmedos. Creo que puede notar el desconcierto en mi cara, y dice no importa, que solo llora para destapar conductos y caminos, o cuando los patinadores han caído al hielo.
Parece que me ha tomado confianza, y me cuenta que cuando pequeña descubrió que los sonidos salidos de su boca podían convertirse en palabras, se enamoró; ahora se dedica a sacarlas de todos esos lugares en donde pueden encontrarse agazapadas esperando. Las saca de las plumas y los crayones, las descubre todas juntas, en un montón de hojas apiladas y las lleva siempre en bolsas y maletas; las deja cerca de su cama y en el baño, junto a la comida o en el piso, y cada vez que vuelve a encontrarlas no puede resistir dar vuelta a las hojas, una y luego otra, buscando esos signos en negro, con rítmicos espacios. Los reconoce uno a uno, los recorre con sus dedos, o se acerca a su aroma, al tacto de los fuertes golpes de impresión… y haciendo esto se le va un poco la vida.
De repente se queda seria, su cuerpo parece encogerse y yo, instintivamente sigo su movimiento para quedar a la altura de su cara, pienso que tengo frío y ella lo dice. Necesita al sol, porque no solo las plantas hacen fotosíntesis, afirma, y es tanta la seguridad que empiezo a disculparme por no poder ayudarle en eso, no puedo traerte el sol, no hay ninguno cerca, y no lo habrá hasta mañana que vuelva. Miro alrededor, la noche pinta de negro todo lo demás, cuando vuelvo la mirada a la ventana, ya no la distingo, me acerco un poco y nada, un poco más y mi nariz ha tocado el vidrio, espera un momento… esto es un espejo.
Comienza a hablar en voz baja, lentamente, diciendo que le gustan mis manos cuando crean, cuando hacen, aunque a veces ni siquiera crea en lo que hacen, y sin embargo se sumergen donde pueden, y acarician lo que atravesar no. Continúa hablando cada vez más rápido, que sus manos le sirven para encontrar certezas escondidas detrás de las figuras que solo puede ver; que cada vez que sale mira al cielo, lo cual ocasiona a menudo tropiezos con muchas cosas que no suelen estar tan arriba. Se ríe un poco de ella misma, dice que le gusta tanto como llorar, incluso llora luego de reír, sus ojos empiezan a verse profundos y húmedos. Creo que puede notar el desconcierto en mi cara, y dice no importa, que solo llora para destapar conductos y caminos, o cuando los patinadores han caído al hielo.
Parece que me ha tomado confianza, y me cuenta que cuando pequeña descubrió que los sonidos salidos de su boca podían convertirse en palabras, se enamoró; ahora se dedica a sacarlas de todos esos lugares en donde pueden encontrarse agazapadas esperando. Las saca de las plumas y los crayones, las descubre todas juntas, en un montón de hojas apiladas y las lleva siempre en bolsas y maletas; las deja cerca de su cama y en el baño, junto a la comida o en el piso, y cada vez que vuelve a encontrarlas no puede resistir dar vuelta a las hojas, una y luego otra, buscando esos signos en negro, con rítmicos espacios. Los reconoce uno a uno, los recorre con sus dedos, o se acerca a su aroma, al tacto de los fuertes golpes de impresión… y haciendo esto se le va un poco la vida.
De repente se queda seria, su cuerpo parece encogerse y yo, instintivamente sigo su movimiento para quedar a la altura de su cara, pienso que tengo frío y ella lo dice. Necesita al sol, porque no solo las plantas hacen fotosíntesis, afirma, y es tanta la seguridad que empiezo a disculparme por no poder ayudarle en eso, no puedo traerte el sol, no hay ninguno cerca, y no lo habrá hasta mañana que vuelva. Miro alrededor, la noche pinta de negro todo lo demás, cuando vuelvo la mirada a la ventana, ya no la distingo, me acerco un poco y nada, un poco más y mi nariz ha tocado el vidrio, espera un momento… esto es un espejo.
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